Juan Manuel de Prada
El vaticinio de Menéndez Pelayo se cumple implacablemente: la unidad histórica de España se fraguó sobre la fe compartida; y el día en que esa fe “acabe de perderse, España volverá a los reinos de taifas”. Es un vaticinio que repiten otros hombres clarividentes: Unamuno nos advertía que la comunidad del pueblo sólo podía lograrla la religión; y que sin religión sólo hay “la liga aparente de la aglomeración”; y Chesterton diagnosticaba que “hemos perdido nuestros instintos nacionales porque hemos perdido la idea de aquel cristianismo que dio origen a las naciones”.
La Hispania romana, habitada por hombres de razas diversas y costumbres muy diferentes, estaba llamada fatalmente a enfangarse en un hormiguero de batalla tribales. Pero el fundente de la fe la salvó de este destino natural de disgregación, convirtiendo lo que sólo era un mogollón de gentes en una auténtica comunidad, ordenada hacia el…
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