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Estaba el diablo jugando con los hombres al hijoputa. A falta de dineros, las almas sobre la mesa. Se disputaban la eternidad y, talmente, pareciese que se jugasen la vida; tenían miedo a morir.
Y Satán, conocedor de sus temores, los convirtió en un as que guardó bajo su manga, pues sabe más el diablo por viejo que por diablo, mientras que el de su derecha iba de farol.
El resto de jugadores fueron descubriendo sus cartas en una timba amañada por manos negras enfundadas en guantes blancos: amortajados reyes de corazones de una mano mal barajada ensartados en una escalera de picas sembradas en un campo de tréboles.
Enero 2020